Hoy, en una de esas visitas a familiares que no se ve a menudo, quedé perplejo. Vi al perro de la familia en un estado terrible. No puedo dejar de comentarlo porque me llamó demasiado la atención: El perro, un pastor canadiense muy lindo se arrastraba sólo apoyandose en sus patas delanteras. Todo su cuerpo era un peso que deambulaba por toda la casa con un triste pregón de dolor silencioso. No pude dejar de pensar en que la vida al acabarse nos hace ser arrastrados: dependiendo de los demás, o haciendo que los otros incluso sientan lástima.
Ante eso me propuse disfrutar un poco más mi vida juvenil. Mirar al cielo y agradecer a ese alguien desconocido todo lo que me da y lo que me tiene reservado, sea caminar sobre nubes o arrastrarme con el toque melodramático del sufrimiento verdadero.
Espero que ese pobre perro, que a propósito se llama Jazhán, se recupere o logre el descanso eterno. Es un perro, lo tengo claro, pero merece calidad de vida. No me pondré a divagar sobre la eutanasia canina porque sería un vicio, pero si se trata de dignidad; apruebo toda práctica, ya sea animal o humana.
Por ahora me voy a navegar.
Cariños, a ustedes y a Jazhán.
Saturday, October 22, 2005
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