Saturday, December 17, 2005

A Lo Vásquez los boletos



A Lo Vásquez los boletos
[ Esta es una crónica realizada por Claudia Cáceres, estudiante de Periodismo y cordial amiga colaboradora de Fernando Olmos -Boggito-, y debido a la calidad del texto tiene cabida en este "exclusivo medio".

Son las 10 de la noche y camino sola por las calles de la Estación Central, no me alcanzo a percatar del peligro que esto significa hasta que veo a un par de borrachines en una esquina que me miran con ojos perdidos. Apuro el paso, me falta sólo una cuadra para sentirme a salvo, en mi mente, una frase: Chile es una país católico, al menos una o dos veces al año.

Salí de mi casa pensando que los diez minutos de descanso mental que me había permitido, luego de una noche extensa y con una sobredosis de café de por medio, serían fatales. El primer recorrido sería en automóvil, luego un bus provincial, el metro, y finalmente una breve caminata. Diez minutos entonces se vuelven una gran diferencia. Prendo el celular, la frase de todas las mañanas: “Hoy podría ser tu día”.

Ya estoy en el paradero en la ruta 68 y un bus pasa veloz, no se detiene, son las 7:20 y mi hermana que debe partir al trabajo comienza su histeria habitual. Ya no vendrá otro hasta dentro de diez minutos más. Mientras siento el frío en los huesos pienso que vivir fuera de Santiago no es nada fácil cuando se debe partir de madrugada y menos cuando se es estudiante.

A lo lejos se distingue otro bus, esta vez parece disminuir la velocidad, sí, parece que se detendrá, tiene todas las intenciones, la fila improvisada se comienza a formar, a acomodar, algunos luchan por el primer puesto, otros le dan la preferencia a las damas, los estudiantes, atrás, como siempre. El bus frena, va totalmente lleno, ya una persona que se vaya de pie es una infracción a las leyes, cuarenta, me pregunto qué será, aunque, “un gran riesgo” es una frase que se me viene a la mente.

Me empujan, me aprietan, siento formas corporales ajenas desagradablemente cerca de la mía. Veo las caras de malestar de los demás pasajeros y las comienzo a entender. Mientras el cobrador forcejea por acercarse a la cabina, noto que a pesar de que resulta imposible que otro humano entre a ese bus, el chofer aún así se detiene a recoger más pasajeros, lo más increíble de todo es que tres personas logran entrar, como desafiando las leyes de la física, o de la buena cordura.

Miro a un hombre sentado que lee el periódico, me inclino a mirar la portada: “Más de 600 mil personas se esperan este año en Lo Vásquez”, entre incrédula y extrañada por la fe ajena, recuerdo que es 7 de diciembre y me pregunto si habrá algún problema con el regreso a casa. El pobre cobrador con inconvenientes kilos de más, aparece luego de un forcejeo inevitable, le pregunto si la circulación de los buses de Curacaví será normal, me contesta algo agitado: “Hasta las cinco, luego se cierra la carretera y tendrán que irse por la cuesta”. Maravilloso, pienso, hoy no me desocupo antes de las nueve.

Ya en la universidad pienso en la verdadera fe del país, ¿son una mayoría o una minoría? 600 mil personas, quince millones de habitantes. Sea como sea, ¿es necesario cerrar totalmente una carretera?.

El día transcurre como de costumbre, nadie habla de Lo Vásquez, entre pruebas y trabajos, nadie de la universidad parece recordar esta festividad, aunque sí piensan en lo que harán el fin de semana largo. Si es para descansar y pasarlo bien, bienvenido sea el catolicismo.

Y es como me lo imaginaba, 9:00 de la noche, recién me desocupo y me dirijo al terminal a tomar mi bus hacia Curacaví, y no es hasta que veo una fila interminable que rodea todo el terminal, cuando comienzo a dimensionar la magnitud de ese titular de la mañana. Pero qué importa, yo no voy a Lo Vásquez, como buena parte de la población de este país. Comienzo a caminar por el costado de la fila, dirigiéndome al andén de mis queridos buses, sólo que al llegar al comienzo de esta serpiente humana, me doy cuenta que la fila ES para mis queridos buses, la palabra que exclamo en ese momento, no es de las más bellas.

Le pregunto a un mochilero para qué es la fila, mientras pienso en lo estúpida de la pregunta, me contesta que para Lo Vásquez, “¿No para Curacaví?” “No, para Lo Vásquez”. La maldición de vivir en un punto intermedio. Veo llegar un bus de los míos, veo el letrero que dice Curacaví, pero más arriba, Lo Vásquez. “Perfecto”.

Me veo obligada a tomar un bus con una vía alternativa, la confusión de todos quienes “no van la Lo Vasquez” es grande. El bus se ve deteriorado, con más años de los que debería, pero ya voy camino a casa. Escucho la voz irritada de una señora que culpa al chofer por tener que irse por la cuesta Barriga. Comenzamos a movernos, luego de dos cuadras de salir del terminal, el motor gime, se para. Parece una maldición por no ir a Lo Vásquez. El cobrador hace bajar a todo el mundo. Cincuenta personas paradas en medio de la noche, maldiciendo y culpando al Gobierno. Prefiero ser proactiva y regresar al terminal, aunque eso no implica que esté contenta.

Ya de vuelta en el terminal me subo a otro bus. 10 de la noche, un hoyo en el estómago y mi celular reclama por batería, lo apago. Luego de dos horas y de pasar por curvas extremas, finalmente llego a casa. 12 de la noche, prendo el celular: “Hoy podría ser tu día”. Sí, claro.




Claudia Cáceres




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