Niños con estrés
Lo que sea por el éxito
Insertos en rutinas infernales para lo que su edad les permite aguantar, muchos menores llevan consigo la carga de los deseos de éxito de sus padres, los que olvidan lo realmente importante para sus hijos: ser felices.
Matías tiene sólo 8 años y llora porque no quiere ir al colegio. Su madre le prepara todos su implementos para que no le falte nada al día siguiente y tiene preparado desde hace años lo mejor para su hijo. Martín se queja de dolores de estómago e insiste de sus pocos deseos de ir a clases. El diagnóstico para el niño, según un médico, es depresión por temor a repetir el curso.
Es un dato que en los últimos años las consultas de los neurólogos, siquiatras y psicólogos infantiles se multiplican a ritmos vertiginosos. Los diagnósticos por estrés y sus síntomas asociados –como fobia, angustia, ansiedad e hiperactividad-, entre otros- son temas recurrentes. El siquiatra Tobías Kempowsky reconoce que ha habido un alza de niños con estrés, pero advierte que tampoco es considerable como una epidemia. “No es que haya uno de cada dos niños con problemas. Será, como máximo, un 10 por ciento de la población infantil, pero lo que uno ve grosso modo es un incremento sostenido de padres que consultan porque ven en sus niños falsas patologías”.
El psicólogo Juan Matías Arias, quien lleva 10 años trabajando con niños, apunta en la misma dirección: “los motivos de consulta han cambiado, antes habían menores con trastornos en el aprendizaje o pésimo rendimiento en el colegio, pero ahora casi sólo atiendo a niños con trastorno emocional y a padres sumamente angustiados”, afirma.
Aunque no hay claros signos de estrés en los menores de diez años, los facultativos mencionan que si hay síntomas a los cuales se debe prestar especial atención: ansiedad, sensación de temor o de angustia, hiperactividad o aislamiento de su grupo de amigos; alteraciones en el sueño o repentinos dolores de estómago junto con vómitos. Se suman los cambios en el apetito y en la conducta.
Para la psicóloga Consuelo Cheppo, las razones de agobio en los niños no se producen tanto por la cantidad de actividades que éstos realicen a diario, sino por la sensación de que están haciendo cosas sin sentido. “Hay demasiadas exigencias. A veces los padres no saben cómo lo pasan o si de verdad les gusta ir a tal o cual deporte. Y cuando los niños se rebelan y no quieren ir más, viene el drama. ¿Hasta qué punto puedes exigir? Ése es el gran cuestionamiento. Porque es verdad que se necesita cultivar la disciplina, pero no a través de demandas excesivas, o sea, se debe aprender a graduar”.
Ximena Urruticoechea, educadora de párvulos de un prestigioso colegio inglés de Rocas de Santo Domingo, cuenta que muchos niños viven sus primeras semanas con pánico: “Las jornadas son extensas y se habla todo en inglés, por eso lloran y uno se percata de que la exigencia es mucho siendo que sólo tienen cinco añitos”.
Los especialistas coinciden en que la sobrecarga de los niños es responsabilidad compartida de los padres y los establecimientos educacionales: “Los deseos de éxito de los padres se juntan con los del colegio y todos se olvidan de lo que es realmente importante para los niños. Lo único que piensan es en escalar y escalar, mientras que los niños necesitan de otras cosas”, dice Tobías Kempowsky.
Todo por el éxito
Los padres de antes se conformaban con que sus hijos fueran disciplinados, estudiosos, honrados, pero por sobre todo felices. Hoy al parecer los valores y preocupaciones han cambiado de manera alarmante.
Tener buenas notas y llegar a la universidad ya no es la única meta. También se les exige ser deportistas exitosos, hablar “al menos” inglés, saber de computación, tener buena apariencia y ser carismático con sus semejantes.
Sin duda no todos los niños están sometidos a ritmos de vida en los que se necesita gran cantidad de recursos económicos. No todos van al psicólogo, al entrenador personal ni donde la maestra de francés, pero sí sufren las presiones de su grupo social.
En los estratos bajos la situación no es muy distinta a los medios y altos. Por ejemplo, se sabe que cuando un niño en una familia es relativamente aventajado para algún deporte –especialmente el fútbol- es alimentado de mejor manera por su familia, se le entregan miles de privilegios y se le muestra como un ejemplo evidente del futuro éxito y bienestar que esa familia puede lograr. Al verse enfrentados a esa tremenda presión de parte de sus cercanos, los menores se comienzan a exigir más de lo que realmente pueden rendir. Caen en la espiral de las depresiones y pronto todo se derrumba, desmoralizando a la familia, y de paso, hiriendo profundamente las emociones del menor.
Círculo viciado en vez de vicioso
El cambio en los valores de la sociedad ha sido tan radicalmente que los afectados son los menores que deben cumplir con las expectativas de sus padres. Deben acarrear los deseos de ellos y relegar a tercer o cuarto plano sus propios deseos de vida, pasando a transformarlos o eliminarlos en virtud de los demás.
La idea del logro por el logro está quedando tatuada en los niños. El deseo de responder y, falsamente, crear lazos con sus padres los está agobiando en demasía. Por sólo agradar a sus padres enfocan sus destrezas en lo que piensan que sus padres esperan de él, por lo que es casi un circulo viciado en vez de vicioso.
Las calificaciones que los niños obtengan en el colegio son un buen espejo de lo que puede estar ocurriendo con ellos. Es común que los menores que no obtienen altos resultados crean que la ausencia de sus padres en casa se deba a que ellos no son lo suficientemente dignos de tener esos padres. Por eso se alteran. Ximena Urruticoechea piensa que es de vital importancia que los padres estén atentos a las mutaciones que van experimentando sus hijos, porque siempre reflejaran de alguna forma lo que les ocurra. “Jamás lo dirán abiertamente porque no saben lo que les pasa”.
Nadie tiene noción de lo grave que puede llegar a ser una depresión infantil si no se detiene a tiempo. Sólo en Estados Unidos, según BBC-Online, cuenta con la alarmante cifra de un 4 por ciento de los menores en terapias en clínicas especializadas. Se trabaja con armonía y paz en esos recintos, emulando un colegio o un campamento, pero en el fondo es un largo proceso en el cual se reintegran a los valores sencillos de la vida. Sin embargo, muchos de ellos al terminar sus tratamientos caerán nuevamente en la angustia que se disfraza con otras reacciones.
En Chile, las clínicas especializadas para menores no funcionan de manera masiva. Sin embargo, el alto crecimiento de psicólogos infantiles se debe a la demanda de éstos últimos. Juan Matías Arias, psicólogo dice: “Es la forma en que los chilenos estamos solucionando un problema que es más que ir al psicólogo. Es un problema sencillo de tratar, pero que sólo se soluciona volcándose un poco más a lo que realmente nos hará felices, no a lo que los demás esperan de nosotros”, asevera.
Nadie solicita que los padres estén dedicados las 24 horas a lo que sus hijos hacen, dicen o muestran, pero si considerar los cambios que los niños vayan mostrando. “El colegio está encargado de entregar conocimientos e instruir, pero es el hogar el que debe encauzar las emociones, actitudes, valores, educación y el lado emotivo de los menores”, reafirma Juan Matías Arias.
Saturday, November 05, 2005
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1 comment:
Aquí en españa andan igual. Personalmente me tocó conocer de cerca el caso de una chica a la que su padre, en delirium tremens, la quería pianista y la madre que necesitaba evadirse con algo de glamour deseaba hijos violonchelistas... Psiquiatras a toca y moca, bulimia y antes de cada concierto sesión de psicoanálisis. Es una pena pero es tal cual.
Ni la tele ni los cuentos les hablan ya de jugar.
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