En ocasiones, la libertad de expresión carece de rutas para cumplir su cometido: comunicar libre y sin ataduras.
Por
Claudia Cáceres y Fernando Olmos
No muy lejos de Chile, pero sí del frío austral, se viola la libertad de expresión con el cierre categórico de un canal privado: Radio Caracas Televisión. Lo anterior, porque según la autoridad militar que preside al país, Hugo Chávez, esa emisora planeaba desestabilizar el gobierno; además de acusar a GloboVisión –otro canal de oposición- y otros medios de fomentar protestas opositoras debido a el cierre del canal privado.
Es así como entramos en un debate que renace debido a dos fenómenos: la revolución de los medios de comunicación y las amenazas terroristas, ¿se puede limitar el derecho consagrado que es la libertad de expresión? Y de ser así, en qué casos.
En primer lugar, el Derecho Internacional señala que la libertad de expresión no es absoluta y puede ser sometida a restricciones con el fin de “proteger los derechos o reputación de otros”, además de la prohibición de la incitación del odio y propaganda a favor de la guerra.
Sin embargo, no es lo que acontece en el caso venezolano, pues se niega el debate político a favor del gobierno de turno.
La Corte Europea de Derechos Humanos (CEDH) expresa: “la libertad de prensa provee a los ciudadanos uno de los mejores medios para conocer y juzgar las ideas y actitudes de sus dirigentes (…)”. Teniendo esto en consideración, cabe la interrogante de cómo luchar contra la arbitrariedad de esos gobernantes que deciden cerrar medios de comunicación en beneficio de sus propios intereses, dejando de lado el bien común y la democracia.
La excusa chavista fue crear un medio de comunicación que devolviera la capacidad de asombro, la visión global de la realidad y la entrega completa de la información a la ciudadanía. No obstante, este pareciera ser un recurso equívoco y oportunista; siendo más adecuado proveer al pueblo venezolano de un canal o medio de comunicación que integre visiones y opiniones de múltiples tendencias, tratando de mantener la ética y el rigor periodístico.
Otro ejemplo de la crisis que vive la libertad de expresión, es la paranoia compulsiva que sienten varios países, entre ellos Estados Unidos luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2001. Es así como a partir de la fecha citada, muchas naciones reforzaron sus leyes antiterroristas, adoptando una definición demasiado amplia de “terrorismo”, incluyendo en esa definición conductas de disidencia política que, aunque cuestionables, no pueden ser consideradas como conducta “terrorista”. ¿Cuál es el punto? Dar cabida a restricciones de información, que raramente protegen y previenen situaciones críticas para la ciudadanía, como el mismo terrorismo, el racismo, extremismo y abusos de todo tipo, tan vistos en sociedades carentes de valor y empleo democrático.
En Chile, la diferencia parece estar en la forma. La concentración de los medios de comunicación es tan alta que el poder de la información, y manejo de la misma –con el consiguiente daño por dosificación programada de temas relevantes- no permite satisfacer la necesidad de información veraz y útil en la toma de decisiones que requiere la ciudadanía, ideologizándose y corrompiéndose el verdadero sentido del derecho a la información. Es decir, libertad de expresión que no cuenta con las rutas para cumplir su cometido: comunicar libre y sin ataduras.
Por otro lado, el sistema político también contribuye a coartar el debate ideológico, sobre la base de una constitución inexpresiva, redactada y formulada en tiempos de dictadura militar. Asimismo, el sistema que rige para la elección de los representantes, voces de la ciudadanía, excluye a una parte importante de la opinión pública; debido a su condición desproporcionada basada en el dúo de fuerzas: binominalidad. Eliminando a Jóvenes, ecologistas, políticos de izquierda, minorías sexuales y étnicas, entre otras.
De prohibir la expresión, en todas sus formas y razones, el mundo y la prensa serán testigos de una nueva forma de manifestación -lejana a la democracia y al bien común- aún más dañina que cualquier texto lúdico, gráfico o irónico: la violencia sin control, que será reemplazada por la democracia, abortada por intereses individuales de enclaves autoritarios, travestidos bajo un antifaz discursivo.
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