Wednesday, October 18, 2006

Morir dos veces

Morir dos veces


Quizás esta sea la única oportunidad para confesar mis temores y pensamientos respecto a mi profesión. Dentro de poco, si el medio lo estima conveniente, tendré que ser fiel a las formas y nombrarme como periodista. Quizás estoy en un lío, pero seré valiente. El estrecho mundillo del periodismo me fue desconocido hasta que lo estudié. Al leer, entendí que mi profesión ya murió dos veces. Sí, es un híbrido que resucitó de entre los gritos, pero no aprendió la lección y fallece nuevamente.

Me gusta usar onomatopeyas. El periodismo “de ayer” me suena a “cuac cuac”, y el de hoy:”Ayayayayay”. Hice el ruidito de pato, tal cual lo hace mi hermano cuando tiene dudas. Anterior al 73 los medios eran virulentos, alejados de cualquier sentimiento. Presos dentro de cierta libertad, es decir, paradojales. Por lo que he recopilado, el periodismo de los años anteriores al golpe de estado me parece insolente y déspota.

No castigo a quienes lo ejercieron, mas me cuestiono sus móviles y futurismos. Pero como todo malvado, de derecha o izquierda, de espectáculos o deportes, falleció de un plumazo, o mejor dicho a disparo limpio. Sea como sea, la prensa chilena tuvo ahí su primera muerte.

El periodismo en Chile juega a creerse república. Sigo pelando, ojalá nunca lo lea un editor de prensa. Es pseudo-república porque ama sonar democrático, pero si le recuerdan que necesita precisión y firmeza por sobre la opinión, ruge como potencia nuclear… ¿será que se está enfermando?

Quizás hace siglos, algún chasqui mensajero recorrió tierras chilenas para realizar su trabajo. Seguramente no imaginó el gigantesco cambio en las comunicaciones que habría en el fin del mundo. Mucho menos vaticinó el caos político y social que habría en Chile en la séptima década del siglo pasado. Desde ese momento, la misión del comunicador se vería interrumpida forzosamente para iniciar un limbo de manipulaciones y tormentas cegadoras de papeles y ondas de radioemisoras intervenidas, con menos espíritu y razón que un epígrafe mal redactado.

Los años 70 fueron la etapa de agote en el periodismo nacional. De inequidad informativa y prohibición eléctrica al cuestionamiento. Hoy, más de tres décadas desde el “famous event”, aun vive la pregunta: ¿Se puede hablar de este tema? Me lo pregunto para no meter la pata. Quiero que esta columna adorne la historia ciega del periodismo actual, que con un disfraz opulento y repleto de clichés informativos me transforma en su obrero esclavo.

Señor lector, póngase terno o blazer oscuro porque en pocas líneas más asistirá a un funeral de varios años. El muerto no sabe que agoniza, pero varios lo lloramos…

Ayayayayay!, que tonto soy. Caí en la repetición del periodismo en que nací: de luces, con formas célebres para decir las cosas y omisión de adjetivos para parecer preciso. El que olvidó lo trascendente por lo fugaz y vendible. Si bien no es tan corrosivo y tóxico como el de los setenta; es desinteresado, usufructúa del buen espíritu del herido y mercantiliza la ridiculez de los que le son serviles. Romances, politiquería y alguna anécdota son la pauta.

Dudo que un ser vivo, que no esté en franco proceso de putrefacción como el periodismo nacional, pregunte a una persona recién atropellada, un cruel y básico: ¿Le duele? o un mal intencionado ¿Cómo se siente? En resumidas cuentas, segunda muerte.

No castiguemos a la educación universitaria ni a los medios en sí. Somos todos los llamados a exigir calidad y rigurosidad en un periodismo que matice buen sentido y objetividad. Pero antes, no dejemos el cadáver a la intemperie. Mejor cavar la fosa, depositarlo y lanzar una dosis suficiente de tierra para que no reaparezca su fantasma. Bastará con la historia, que nos hará cuestionarnos las preguntas menos pensadas y, tarde o temprano, exigirá reflotar el traje oscuro.

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