Thursday, October 12, 2006

Capricho o... ¿qué?

No sé si es capricho, o droga transformada en vicio. Puede ser un lastimero grito de sinceridad que busca alguien que escuche la súplica. Me refiero a las miradas de lástima, a los silencios, a los vacíos que cada vida tiene para mostrar lo que le sucede, lo que afecta al corazón y que mueve a ser diferente. Vuelvo a repetir el me refiero: a los dolores personales. Un amigo por fotolog comentó que él aún vive en un lugar del mundo donde no transitan clones. Quizás es un sueño hecho realidad dentro de la fantasía sin comienzo, pero más que eso, debe ser un punto angular para tirar líneas sobre las formas de comportarnos y entender nuestros procesos. Comprendí que el actuar como clones en parte es necesario. Se necesita imitar aquel modelo de amor fantástico, con casas blancas, praderas infinitas y brisa que mueve los cabellos. Olvidé la familia feliz y el Golden Retriever corriendo tras sus amos, ¡No¡, no busco esa quimera, busco mi realidad, busco mis dolores y mis puntos de partida. Me explico en torno a ese deseo que todos tenemos de sufrir y ser recompensados con felicidad, porque… ¿qué mejor que llorar si luego viene un orgasmo de alegría?. Sin duda, descarto los látigos y las cadenas, ante eso prefiero el tener los ojos blancos de placer. Se resume en alegría, que es como un algodón de azúcar que te adormece la lengua, la llena de color y, al rato, deja ese recuerdo de haber tenido un momento sublime. La azúcar es más poderosa que la sal, tiene más daño y al mismo tiempo, más beneficios. Es como esos medicamentos que si no te sanan, te aniquilan. Si la consumes con moderación te energizas, y si te extralimitas caes, te golpeas y retumbas en el suelo. Me refiero a que por mucho que anhelemos el placer clónico, hay que saber cuando detenerse. Hay que saber mezclar el esfuerzo con el disfrute, el sudor con el clamor y el encono con los acuerdos. Mi idea no es original, no tiene novedad en su propuesta y mucho menos trata de ser una lección de cómo dar los pasos de la vida. Si es así, y está claro el punto, ¿por qué, de hecho, no podemos enamorarnos del dolor y aceptarlo como el que nos hace comprender y disfrutar la felicidad? No es una estupidez pensar que estamos amarrados para ser infelices. Ni tampoco dichosos, pero el buscar –como dije ayer- los refugios en el mejor grupo existente, o sea, nosotros mismos, es la clave para disfrutar del dolor y avanzar captando felicidad, y si encontramos aquel código secreto dentro de los vericuetos de nuestros deseos, ¡enhorabuena¡ el elixir de la vida está en tus manos: felicidad eterna con dolor incluído.

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