Dos Europas que cohabitan: ¿Problema o beneficio?
Inmigración y educación son dos índices que pueden ayudar a la comprensión de la Europa actual. Dan pautas para acercase a la idea del tránsito a una sociedad inclusiva consigo misma, o mejor dicho, a una Europa que por el momento tiene dos rostros: Oriente y Occidente.
Por Fernando Olmos Galleguillos
Inmigración y educación son dos índices que pueden ayudar a la comprensión de la Europa actual. Dan pautas para acercase a la idea del tránsito a una sociedad inclusiva consigo misma, o mejor dicho, a una Europa que por el momento tiene dos rostros: Oriente y Occidente.
Por Fernando Olmos Galleguillos
Desde sus inicios Europa se ha visto conflictuada por diversas crisis y fenómenos. No obstante, su historia la ha puesto en el sitial que hoy tiene: de deficiencias y beneficios.
Uno de esos fenómenos históricos es la inmigración. El continente se creó siendo un constante pasillo de tribus y comunidades, mientras que hoy, más que un pasillo, es el destino final de muchos que buscan mejorías económicas y sociales.
La inmigración en Europa ha sido una constante. Pero, en los últimos 15 años se ha transformado en un dolor de cabeza, puesto que se debe absorber y asimilar a esa masa que pertenece a cultura diferente y, en la mayoría de los casos permanece de forma ilegal. En Europa hay unos 15 o 20 millones de inmigrantes legales o ilegales. Se trata de una población muy diversa, de procedencia variada: europea, africana, asiática, americana o caribeña. Inmigrantes que arriban a países fronterizos: Portugal, España, Grecia, Malta y Chipre. Pero, paradojalmente, no son los más castigados con la inmigración. El libre tránsito de pasajeros que se permite entre los países de la comunidad de naciones, favorece que muchos inmigrantes puedan rearmar con facilidad sus vidas viviendo escondidos en cualquier ciudad de países que tienen mejores sistemas de protección social, como por ejemplo Alemania, Suecia, Noruega, Austria, Francia e Inglaterra.
Sin embargo, respecto a la inmigración, lo que complica –éticamente- a los europeos, no es la procedencia de africanos, asiáticos o americanos, sino la llegada de similares: europeos. Ciudadanos de países del Báltico (Lituania, Letonia, Estonia) o de los Balcanes (Serbia, Montenegro, Croacia o Albania), o rumanos, ucranianos y rusos, que al no tener condiciones favorables en sus respectivas naciones, huyen hacia terreno, que legalmente, también les pertenece (a la mayoría de los antes mencionados) por ser ciudadanos europeos.
¿Qué hacer con las dos Europas que viven juntas, la Occidental y la Oriental? Mientras la primera crece esplendorosa, con exactitud nórdica y destacando el rol que han jugado los inmigrantes en su desarrollo; la segunda presenta tasas de inmigración negativas, índices educativos y de desarrollo humano muy inferiores incluso a países latinoamericanos o asiáticos.
La situación ya llevó a ciertos países a limitar el beneficio del libre tránsito. Inglaterra pide pasaporte a los extranjeros de ciertos países (los ya mencionados) cuando traspasan sus fronteras. Noruega limita el ingreso diario de personas, en relación al retorno a las naciones correspondientes, y Polonia vigila fronteras de manera exhaustiva –por orden de la Unión Europea- para coartar los intereses de huída desde la zona báltica.
Si bien en la lógica europea, nacionales y extranjeros mientras no se lleguen a cruzar, en el metro, en el trabajo o en la ciudad dormitorio, no hay problemas. Los problemas comienzan cuando la cesantía, la escuela o el hospital, condenan a unos y otros a una cohabitación forzosa que puede provocar problemas de difícil solución.
Posiblemente, lo que hace doler el alma europea tras la inmigración entre si misma, no es la llegada de foráneos que utilizan derechos, que finalmente, son comúnmente europeos. Lo que congela la discusión y corroe el espíritu es el recambio generacional, pues Europa está envejeciendo en su totalidad y si ella misma se transmuta, no se asegura la mantención, que si ve solución –muy probablemente a disgusto de los ciudadanos y actuales gobernantes europeos- con la llegada de inmigrantes extra-europeos.
No todos leen la palabra Europa
Entre el levante y el poniente europeo también existen diferencias educativas alarmantes. Varios culpan los años de separación mediante el Muro de Berlín o los sistemas económicos del pasado comunista-agrario que afectó a los más orientales.
El índice más representativo de la situación educacional –y por consiguiente progreso de sus respectivas generaciones- es el alfabetismo. La Europa Occidental, y específicamente los miembros de la Comunidad Escandinava son los más exitosos en esta área (Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca e Islandia), ya que sus índices de alfabetización superan el 99 por ciento, llegando en el caso islandés al 100 por ciento. Mientras tanto, rumanos, ucranianos, letones, lituanos y especialmente balcánicos y rusos, bajan estas cifras a niveles de alfabetización que oscilan entre el 85 y el 93 por ciento: considerado bajo para sociedades modernas.
Si bien estos últimos países, hoy tienen leyes para asegurar la instrucción obligatoria a sus pueblos, en el sector universitario y técnico superior no tienen éxito porque los preparados no obtienen empleos adecuados. Ante ese panorama, deciden migrar, gracias a los planes europeos de complementariedad en educación superior y a becas que promueven el intercambio, como la Erasmus, a realizar sus estudios en países de la comunidad que les puedan ofrecer estudio internacionalmente reconocido y la posibilidad de residencia para el futuro. Es por eso, que los países de los Balcanes, el Báltico, Rusia y casos aislados como Portugal, muestran índices en descenso en educación superior. Las naciones más apetecidas por los estudiantes de educación universitaria o técnica son el Reino Unido, Francia, Alemania, Dinamarca y España.
Junto con el tema de la inmigración, la “fuga de cerebros” hace escozor en el sentimiento europeo. Los países que más necesitan soporte de profesionales capacitados para avanzar y crear fuentes de progreso, los dejan de tener. Así, Europa Occidental sigue siendo el patrón, mientras que Oriente es el peón que labora en el ganadero. La frase anterior no corresponde a retórica: es la realidad.
No obstante, hay casos que quiebran este patrón de conducta Oeste – Este. En el primero, Irlanda por muchos años mostró falencias en sus índices de desarrollo. Hoy, crece aceleradamente siendo un ejemplo para el resto del mundo por su apertura macro y microeconómica, de la mano de beneficios y progreso ciudadano. Por otra parte, en la Europa Oriental de pasado comunista e intromisión soviética, Polonia se alza poderosa. Esta última no lo hace con el modelo de apertura económica irlandesa, sino que con el recurso que por muchos años tuvo como potencial: la educación. Polonia es la depositaria de varias de las universidades más antiguas del mundo, y de una población que gusta de la instrucción académica. Hoy, la nación polaca sirve de puente educativo para los europeos bálticos y eslavos que buscan un acercamiento no forzado con la Europa plenamente occidental. Escogen Polonia por su comodidad en términos de corredor continental, riqueza cultural y similitud de raíces lingüísticas.
En resumen, Europa sigue siendo lo que fue: un caldo primitivo de razas, culturas y especies. Si antes fue la invasión vikinga la que complicó las acciones mediterráneas, hoy los visitantes son bálticos, balcánicos o rusos. Es cuestión de nombres. Sin embargo, ya es hora que Europa comprenda que decidió vestir el gamulán de la hermandad y los pantalones de la unidad. Debe olvidar sus nacionalidades y hacer espacio para si misma. Sólo así avanzará para la integración, de su ya excesiva cantidad de ciudadanos.
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