Friday, November 10, 2006

Pestilencia

Pestilencia
Al igual que Bachelet durante su campaña presidencial, imagino un país ideal. Uno donde podamos vivir todos juntos en tranquilidad. Una nación limpia, desarrollada y culta. Al partir mi onírico pensamiento, mis globos oculares se transforman en un mapamundi y revisan cada centímetro de ambos hemisferios. Se van al norte. Bastante al norte. Caen en la septentrional Islandia: un gélido paraíso donde la maldad parece no existir.

A pesar de sus características de pureza, democracia perfecta y niveles de desarrollo más que envidiables, mi nariz –incluso durante el sueño- siente podredumbre. Huele a pescadería chilena, pero con conflicto diplomático incluido. Es que el país con ciudad capital más septentrional del mundo decidió retomar, luego de 20 años, la caza de ballenas con fines científicos y comerciales. Ya capturaron la primera. El olor comienza a incrementarse. Dejo de alucinar. Despierto. Me avisan que el almuerzo está servido, mientras mi nariz reclama con un estornudo.

Sentado en la mesa, se inicia mi confusión. No dejé de imaginar el frío y los ruidos guturales de un islandés hablando su idioma. De pronto, llegó mi plato. Un trozo de albacora en estado casi indómito me saluda con su vapor hirviendo. La visión de esa escena más el vaso de agua con hielo que estaba a mi lado, por poco me hace pensar que mi familia era nórdica y caza ballenas.

De Islandia, poco sé. Nociones de geografía y unos ruidos que me recuerdan el tema Human Behavior de la nacional Björk. Ese es todo mi repertorio. El mismo que después de lavar la loza y volver a imaginar el país ideal, comencé a cantar con frenesí. Canté y canté hasta la hora del té. Islandia y las ballenas faenadas siguieron en mi mente hasta el día siguiente.

Siete am: Continúa la sangre de cetáceo en mi retina. A las 13 horas, mi editor me pide hacer una columna de cualquier tema. Mi elección, lógico: las futuras 30 ballenas minke asesinadas en un país boreal ante la mirada atónita de la comunidad internacional.

Algunos analistas dicen que actualmente Islandia es al medio ambiente, como Corea del Norte es al terrorismo; o sea, un enemigo en potencia. A pesar de toda la mala prensa y el confuso discurso del Ministro de Pesca islandés, Einar Kristinn Gudfinnsson, creo que tengo sentimientos encontrados sobre la caza de ballenas. Me comí a su pariente la albacora, es verdad. He ahí mi duda. Sin embargo, condeno el asesinato fácil y maquillado con el rótulo de“fines científicos” del que son víctimas.

Los más críticos de Islandia son los norteamericanos, franceses, canadienses e italianos. ¿No es acaso paradojal que sean estos países los que protestan? Ellos presentan grandes costas contaminadas, explotación sin control de los bosques nativos y desarrollo de crueles políticas –en el caso de Canadá- de matanza de focas en el Círculo Polar Ártico. O sea, la diplomacia e información actúan como caja de grillos. Sumo más confusión.

Miro unas fotos en Internet sobre cómo capturan a los cetáceos. Las googleo para “inspirarme” en mi escritura, pero me dejan sin aliento. La Sangre, tripas y pestilencia imaginaria, tan inverosímiles, dan el veredicto que dudé dictaminar contra la actividad: debe ser condenada.

Dejé la columna a medio hacer en el típico archivo Word. Cinco días pasaron. El fin de semana llegó y nuevamente comí albacora. Me costó el primer bocado. Pasé el sabor con agua fría. Anyway. Ahora estoy dándole sentido al texto. Quiero darle un buen término. Por más que imagino un final de retorno recordando la bella y divina latitud islandesa, sólo consigo pensar en Björk y su tema Human Behavior. Resumo que es la conducta humana la culpable de las decisiones animales sobre los animales. De matar ballenas inocentes por sólo aumentar cifras. Mi nariz nuevamente siente pestilencia.

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