Graves deficiencias comunicacionales complican a la cartera de salud.
Comunicación: la enfermedad del MINSAL
Los usuarios del sistema de salud siempre requieren innovación y crecimiento en las prestaciones, pero también necesitan información precisa, cercana y oportuna. Este es uno de los puntos aún no comprendidos por el Ministerio de Salud.
Por Fernando Olmos Galleguillos
Chile vivió durante 17 años bajo una dictadura que olvidó las necesidades de las personas. Tras la vuelta a las libertades en 1990 –liderada por la Concertación de Partidos por la Democracia- se ha tratado de satisfacer los deseos y derechos de todos los chilenos.
Las mejorías en salud durante los últimos años son evidentes, tanto en acceso como en calidad de los servicios ofrecidos, pero se enlutan por los errores comunicacionales del MINSAL, que dejan a la población incrédula y desconfiada de la capacidad y seriedad de este organismo en el cumplimiento de sus tareas.
Chile: un ex - enfermo
Las mejorías del sistema de salud chileno son reconocidas en muchos países. Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, Titelman, 2000), demuestra que la mortalidad infantil ha disminuido en forma notoria, al igual que las enfermedades infectocontagiosas. Lo mismo ocurre con el acceso a prestaciones de mayor calidad.
Reafirmando lo publicado por el estudio de la CEPAL, el profesor de políticas públicas de la Universidad Arcis y economista asesor del MINSAL, Camilo Cid Pedraza, afirma que las herramientas con que cuenta el Estado para proveer este tipo de cambios son el desarrollo y fortalecimiento de la regulación sanitaria y las reformas al sistema que permitan asegurar el acceso junto a un financiamiento solidario y el fortalecimiento de la red de atención de salud del país, parta garantizar equidad y ampliación de la oferta de prestaciones.
En este sentido, el presupuesto promedio para la salud aumentó ocho veces en la última década. El último informe presupuestario del Ministerio de Hacienda sobre fondos destinados a mejorar la salud, dictamina que se incrementó llegando a un 13% del Producto Interno Bruto, lo que equivale a más de $347.416 millones. Mario Marcel, ex director de presupuesto del Ministerio de Hacienda, expresó al diario El Mercurio en Septiembre del 2005, que aquel aumento se explicaba porque había que agregar 15 nuevas enfermedades al AUGE, para llegar a 40 problemas de salud cubiertos.
AUGE
AUGE es la sigla de Acceso Universal a Garantías explícitas. Es uno de los grandes planes de mejoramiento social que ha desempeñado el Gobierno en los últimos años, fundamentalmente durante el mandato de Ricardo Lagos Escobar. El piloto del proyecto se inició en octubre del año 2004, cubriendo 17 patologías. Esto remeció el escenario político, social y comunicacional chileno.
El plan AUGE no ha estado libre de polémicas. La oposición siempre encontró puntos en los que manifestó su desagrado, a la vez que el Colegio Médico en más de 18 oportunidades ha considerado impertinente o inadecuadas ciertas medidas tomadas por el Ministerio de Salud, respecto a la incorporación y manejo de los dineros y rol de los funcionarios médicos.
Desde el punto de vista científico, el MINSAL y el Colegio Médico, coinciden que el perfil epidemiológico de los chilenos ha cambiado, por lo que la atención debe estar en ese tema. Además de incluir en el listado esencial las principales patologías que causan más mortalidad en Chile, como las enfermedades cardiovasculares, respiratorias y los tumores.
Cuestión de precios
Los costos para cubrir el precio de las enfermedades son muy altos, por lo que el Estado destina más recursos que a otras áreas del desarrollo social. Según la analista e investigadora del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Diego Portales, Rossana Castiglioni, la reforma a la salud se financia, con la medida ya en ejecución, del aumento de 18% a 19% en el IVA.
Ante la alerta realizada el pasado 13 de abril por la consultora independiente Altura Management, sobre un aumento en el valor a pagar por determinadas enfermedades cubiertas por el AUGE, debido a un déficit de 112 mil millones de pesos, los personeros del ministerio han mostrado cautela. No quieren caer en más errores comunicacionales que desprestigien a la institución. El pasado 18 de abril, la ministra María Soledad Barría declaró a La Nación que no existe tal déficit y el sistema no está en la bancarrota.
“Claramente el estudio de la consultora tiene un fin que no compartimos ya que se analizaron aranceles que no son tales, puesto que los cálculos nuestros establecen cifras máximas de primas para el sistema público y privado que son una referencia y que no reflejan cuánto pagan en realidad”, explicó con cautela en dicha oportunidad la ministra. La razón: ya han sido demasiados los errores.
Lo logrado es mucho, pero a medias
El diario La Nación publicó el pasado 3 de abril una información sobre el lanzamiento de un libro llamado “El control de enfermedades prioritarias en los países en desarrollo”. Esta publicación corresponde a un estudio realizado por el Disease Priorities Project, una iniciativa conjunta de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Centro Fogarty de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos y el Banco Mundial.
En el mencionado libro, Chile figura como un ejemplo a seguir gracias a la implementación del plan AUGE junto a una serie de otras iniciativas que han permitido mejorar la salud de la población.
Chile fue elegido, al mismo tiempo, como punto de difusión del libro, porque es el país que logró, de mejor manera, definir cuáles eran las enfermedades que resultaban más dañinas para sus habitantes.
En la misma edición informativa del diario La Nación, el economista de salud y editor de la revista “Health Affaires”, doctor Philip Musgrove, mencionó: “El modelo de salud chileno pasa a transformarse en un verdadero ejemplo para otras naciones que aún no ejecutan sus sistemas de priorización, ya que además ha adoptado mecanismos de costo-efectividad para tratar las enfermedades”.
El éxito de Chile en materia internacional es evidente. La mayoría de los ránking, en todas las áreas destacan la labor del país en el ámbito social y mejoría de casi todos los índices. Este último estudio, desarrollado por la OMS en conjunto con otras entidades, se destaca y enarbola la situación que vive la salud chilena. Sin embargo, todo se apoca por las deficientes políticas comunicacionales del MINSAL.
En reiteradas ocasiones, la opinión pública ha visto a través de las pantallas de televisión como las autoridades de este organismo no se coordinan entre sí, reproducen situaciones apresuradamente o caen en ridiculeces mayores, faltando el respeto a pacientes de hospitales o aludiendo que la mejor forma de aclarar una duda es preguntándole a una vaca.
En los tiempos en que la actual Presidenta de la República, Michelle Bachelet, era la encargada de la cartera de salud, las comunicaciones del ministerio no informaron los logros reales y concretos sobre la disminución de colas en los consultorios y postas de atención primaria. Sin embargo, los casos más emblemáticos y recientes ocurrieron durante la labor ministerial de Pedro García, que increpó a periodistas frente a las cámaras diciéndoles que la mejor respuesta a los motivos de carencia de leche en los consultorios la obtendrían preguntándole a las vacas.
Muchos recuerdan también los exabruptos que tuvo el mismo ministro con pacientes y funcionarios en el Hospital Carlos van Buren de Valparaíso. En esa ocasión, incluso, mandó literalmente, “a la chucha” al presidente de la Federación de Trabajadores de la Salud de la Quinta Región, Benjamín Collarte.
Más recientemente, la actual ministra de Salud, María Soledad Barría, erró al adelantar informaciones de corte bioético y valórico, siendo que la mayor preocupación de Bachelet era destacar otros temas, y a lo más, en salud, continuar con la propagación de los beneficios del AUGE.
Ante un panorama como este, resulta curioso el escaso interés del gobierno, y específicamente del MINSAL, por mejorar las políticas comunicacionales de la cartera.
Con tantos errores en las comunicaciones, no se logra que los mismos chilenos tengan conciencia de la real calidad que tiene el sistema de salud. La buena consideración sólo proviene del sector internacional, como por ejemplo en el estudio de salud pública de la CEPAL o en el reciente libro de la OMS, “El control de enfermedades prioritarias en países en desarrollo”. Para los patrones mundiales, el éxito es rotundo, mientras que internamente pareciera que sólo hay caos.
Sin embargo, el MINSAL sabe que debe mejorar sus deficiencias comunicacionales. Las declaraciones de la ministra María Soledad Barría y los subsecretarios son cada día más estudiadas según las circunstancias, lo que representa un avance en esta materia.
Aunque se cumplan las medidas dispuestas en el plan AUGE, o no exista realmente la quiebra del sistema anunciada por Altura Management, sigue siendo débil la credibilidad de un organismo que debería jugar a la veracidad, corrección y cercanía. A usar la comunicación de manera efectiva y oportuna.
A mediano plazo, habrá que comprobar si la cartera de salud logra limpiar su imagen cargada de espesos errores comunicacionales, y al mismo tiempo, llevar a cabo las modificaciones aún pendientes del plan AUGE, para que el sistema, y el ministerio, se validen entre los chilenos. Mientras tanto, el resto del mundo sigue mirando a Chile, como ejemplo de superación y excelencia en muchos temas, como en este caso: la salud.
Sunday, April 30, 2006
Humano versus pasado
Cuando comienzo a pensar sobre el pasado, reconozco que hay dosis de melancolía, odio, alegría e incluso, rencor. Tratamos día a día de construir los mejores puentes para avanzar, caminar con calma y así llegar a un buen destino, pero... si no hay herramientas previas para entender el futuro...¿cómo hacemos que el presente se mezcle sanamente con nuestro vil pasado?
No pude dejar de preguntarme cuánto es demasiado. Cuánto error ajeno es demasiado para hacernos caer en el presente, claro, con consecuencias apocalípticas en el devenir.
Si sabemos cómo manejarnos, qué decir y cuándo decirlo... surge la segunda interrogante, ¿por qué no cambiamos el discurso a nuestro antojo para obtener lo que queremos? ¿quién nos castigará si decidimos dejar de lado al mal camino?.
Por leyes de la ética y el buen pasar, se dice que el ser humano es la máxima expresión de la naturaleza. No lo discuto, de hecho lo reafirmo, publico y ensalso como uno de mis posibles –sumado a varios más- lemas de vida. Otros, en tanto, dicen que el ser humano es sólo un sujeto en tránsito para que la naturaleza pueda mutar y modificarse... Si esta definición no me convence, la primera me parece genial pero ambiciosa... ¿cuál es la mia? ¿qué soy como humano en este planeta que tan amablemente llamo hogar?... aparte de llamarnos Fernando, Antonio, Sebastián, Julián o Diego; tiene que existir una frase para nomenclarnos y no caer en el capricho de decirnos humanos. Si fueramos perfectos, no nos mataríamos, menos actuaríamos en pos de la esclavitud o con el afán de la belleza entre los ojos... Ahora soy más categórico y cruel al mismo tiempo: ¿qué mierda somos?
El asunto principal es no hacer daño, tratar de llevar las relaciones de la mejor manera posible, e incluso, negarnos a continuar algo marchito si sabes que corre el riesgo de pudrir a los protagonistas. Una manzana podrida pudre a la otra, y las dos juntas pudren la caja. Si no sé, no sabes y nadie entiende qué somos dentro del complejo pajar llamado vida sólo queda un paso: Ser buenos, entender cuánto podemos dar y rendirnos en el momento que el cuerpo y el espíritu nos dice calma. Nos anuncia un tiempo de calma, paz y respeto por los demás. Un decir te quiero informa mucho, y si uno quiere... deja en libertad. La gracia de amar está en no dañar. El daño es no amor o ausencia del mismo. Hoy quiero amar y ser testimonio viviente de buenas acciones. Quiero ayudar a quienes quiero, puedo querer, conocer y dejar fluir a los errores, para que en futuro próximo sean prósperos y pueda cosechar manzanas frescas. Las que cuidaré y evitaré que se pudran, para poder comer mascar y saborear con tranquilidad en cada mascada.
No pude dejar de preguntarme cuánto es demasiado. Cuánto error ajeno es demasiado para hacernos caer en el presente, claro, con consecuencias apocalípticas en el devenir.
Si sabemos cómo manejarnos, qué decir y cuándo decirlo... surge la segunda interrogante, ¿por qué no cambiamos el discurso a nuestro antojo para obtener lo que queremos? ¿quién nos castigará si decidimos dejar de lado al mal camino?.
Por leyes de la ética y el buen pasar, se dice que el ser humano es la máxima expresión de la naturaleza. No lo discuto, de hecho lo reafirmo, publico y ensalso como uno de mis posibles –sumado a varios más- lemas de vida. Otros, en tanto, dicen que el ser humano es sólo un sujeto en tránsito para que la naturaleza pueda mutar y modificarse... Si esta definición no me convence, la primera me parece genial pero ambiciosa... ¿cuál es la mia? ¿qué soy como humano en este planeta que tan amablemente llamo hogar?... aparte de llamarnos Fernando, Antonio, Sebastián, Julián o Diego; tiene que existir una frase para nomenclarnos y no caer en el capricho de decirnos humanos. Si fueramos perfectos, no nos mataríamos, menos actuaríamos en pos de la esclavitud o con el afán de la belleza entre los ojos... Ahora soy más categórico y cruel al mismo tiempo: ¿qué mierda somos?
El asunto principal es no hacer daño, tratar de llevar las relaciones de la mejor manera posible, e incluso, negarnos a continuar algo marchito si sabes que corre el riesgo de pudrir a los protagonistas. Una manzana podrida pudre a la otra, y las dos juntas pudren la caja. Si no sé, no sabes y nadie entiende qué somos dentro del complejo pajar llamado vida sólo queda un paso: Ser buenos, entender cuánto podemos dar y rendirnos en el momento que el cuerpo y el espíritu nos dice calma. Nos anuncia un tiempo de calma, paz y respeto por los demás. Un decir te quiero informa mucho, y si uno quiere... deja en libertad. La gracia de amar está en no dañar. El daño es no amor o ausencia del mismo. Hoy quiero amar y ser testimonio viviente de buenas acciones. Quiero ayudar a quienes quiero, puedo querer, conocer y dejar fluir a los errores, para que en futuro próximo sean prósperos y pueda cosechar manzanas frescas. Las que cuidaré y evitaré que se pudran, para poder comer mascar y saborear con tranquilidad en cada mascada.
Factor económico.
Ayer me puse a pensar en las ofertas y en las demandas. Pensé en cuánto cuesta ser real en mundos de fantasía, y más aún cuánta demanda tiene un producto auténtico si se compra ilusión. En el relativo deseo de la ganga del dos por uno, del lleve 100 gramos más y del tres cuotas precio contado no se puede competir. No hay herramientas para quienes son puros, sanos, deseosos de ser cotizados por lo que realmente valen, y por curioso que suene, no tienen trampa comercial.
Nadie paga en cash, ya sea porque es anticuado o un poco incómodo cargar con las enormes monedas de oro y las libras esterlinas que no fueron aceptadas en el money exchange. Quienes quieren ser cotizados en un mundo comercial, inherentemente debemos comprender que la imagen vende, pero sólo si viene con favores adicionales de letra chica o inexistente rótulo en el envoltorio.
También está el hecho de que a mayor demanda, mayor precio. Reglas absurdas de la economía que nos hace estar uno tras otro como en mostrario de anticuario: al remate y con un letrero que dice nuestras bondades. No pude evitar preguntarme ¿se es más valioso por cuánto dan por ti o por lo que tu realmente ofreces sin gritarlo a los veinticinco vientos?
Sin dudas, mejor es ser silencioso, callado, a veces impertinentemente débil, pero lacónico en ofertarse. Lacónico en tiempos, verdades, precios, iras, rabias, caretas, bolsas plásticas, sensores de precio y un cuánto hay. Antes de pensar cómo iniciar esta transformación no debemos olvidar mutar nuestro código de barras personal, aquel que nos clasifica e identifica a los ojos de la caja registradora; pero que omite quienes somos y que estamos dispuestos a dar un ofertón: Lleve un yo, más verdad incluída.
Nadie paga en cash, ya sea porque es anticuado o un poco incómodo cargar con las enormes monedas de oro y las libras esterlinas que no fueron aceptadas en el money exchange. Quienes quieren ser cotizados en un mundo comercial, inherentemente debemos comprender que la imagen vende, pero sólo si viene con favores adicionales de letra chica o inexistente rótulo en el envoltorio.
También está el hecho de que a mayor demanda, mayor precio. Reglas absurdas de la economía que nos hace estar uno tras otro como en mostrario de anticuario: al remate y con un letrero que dice nuestras bondades. No pude evitar preguntarme ¿se es más valioso por cuánto dan por ti o por lo que tu realmente ofreces sin gritarlo a los veinticinco vientos?
Sin dudas, mejor es ser silencioso, callado, a veces impertinentemente débil, pero lacónico en ofertarse. Lacónico en tiempos, verdades, precios, iras, rabias, caretas, bolsas plásticas, sensores de precio y un cuánto hay. Antes de pensar cómo iniciar esta transformación no debemos olvidar mutar nuestro código de barras personal, aquel que nos clasifica e identifica a los ojos de la caja registradora; pero que omite quienes somos y que estamos dispuestos a dar un ofertón: Lleve un yo, más verdad incluída.
Los clónicos
En más de alguna ocasión, todos hemos pensado que somos raros. Excéntricos desde el punto más básico hasta el más amplio de los rincones de nuestro cuerpo. Si existe algun remedio que bloquee estos pensamientos, sería la panacea, tanto para sanar a los más graves o para controlar la paranoia de los que caemos en rareza.
En un mundo global como en el que vivimos, con internet, radios, televisoras, medios online, bloggers, hamburguesas y cigarrillos prohibidos, es casi un reto intentar ser distinto. Algunos tiñen sus pelos. He visto cabelleras en tonos lila, púrpura, celeste, bermellón, y los más comunes castaños, negro y rubios. No puedo dejar de decir que los pelos teñidos de blondo me son extraños. Un poco desubicados para el quehacer fenotípico de sur de América, pero entiendo que hacen felices a sus portadores. Es como un diamante que todos quieren cargar, pero que solo unos pocos valientes se atreven en un ciudad peligrosa.
Otros se cuelgan aros, hacen tatuajes, se rompen los lóbulos de las orejas u optan por vestir diferente. Desde los góticos hasta los punk; desde un ajustado gay de marcas se pasa a un puntiagudo punk que se aleja de los demás mediante sus púas metálicas compradas en una feria artesanal. ¿Cómo ser diferente dentro de un mundo que crea similitudes? Es decir, todos los góticos, gays, punk, trash, progressive y un cuánto hay en la fauna citadina visten iguales dentro de su clan. Todos con las mismas ropas, pensamientos clónicos y un poco de soberbia que pasa por el mismo estatuto conductual. Al ver pasar hoy frente a mi a tipo vestido con una túnica y su cabeza rapada, no pude dejar de preguntarme...¿Soy un anormal por no ser clónico?
Aunque si me miro en relación a los demás, si lo soy. Soy de aquellos que viste casi igual a todo el resto del mundo. Soy de los que no me preocupo por pertenecer o no a cierto colectivo urbano. Me mantengo abstraído de cada ghetto, de cada suspiro de alienación. Hasta ahora, porque si comienzo a escribir este tipo de columnas vomitivas con aires a Carrie Bradshaw es porque ya caí un poco en el telar de los clones.
Durante la tarde, di un paseo por el parque. Ese parque que rodeado por edificios de estilo francés del siglo XIX y por un río que tranquilo lo rodea, trata de semejar un Central Park en el medio de Santiago de Chile. Es una copia barata de las ruinas de un parque mundial, pero es un parque en que al menos puedes divagar sobre lo extraño y lo bonito, sobre lo humano y lo divino, y sobre la prosa y el orígen de los moais de la Isla de Pascua, es decir, de todo. A ratos, confunde el olor de marihuana de los chicos emos que están cerca de una pileta creyendo que son malvados, pero sólo lo son con su organismo. Mientras estaba en una banca del parque, con una botella de agua en la mano y mirando pasar a una dama junto a su pequeño Schnauzer, volví a caer en mis preguntas. No era sólo una, sino miles que zigzagueaban entre mis retorcidas y, siempre en colisión, pocas neuronas.
Al pasar un chico gordo, vestido con ropas ajustadas, un bolso de lana, pelos parados con gel y un iracundo piercing en su oreja, sumado a una cara con mucho acné y somnolencia, mi pregunta pasó a ser una afirmación: desgraciado. No desgraciado de maldito, sino en el buen sentido: cero gracia y cero aporte a los cánones que en Occidente llamaríamos belleza. La afirmación retornó a pregunta y fue un poco más lapidaria: ¿Pueden las cosas deformes convivir entre los que sólo buscan la medida exacta y precisa? ¿Se puede existir siquiera en un medio que no tiene zapatos para tu talla? Por primera vez en mucho tiempo, no tuve una respuesta. Quizás es para mejor, porque afirmar aquel terrible panorama es casi un punto de encono consigo mismo. Un primer paso para reconocer que no pertenecemos a nada, y que la nada sí pertenece a nosotros. Es fijar lo pagano antes que lo divino y lo sucio ante lo limpio. Y si vivimos en un tramo de esa categoría, qué puede quedar para nuestros sentimientos.
Seamos altos, rubios, góticos, de pelo bermellón, con pecas o sin manchas. Con un ojo menos o uno de más; sólo hay una respuesta para vivir en paz con nosotros mismos. Somos nosotros. Y si ese nosotros es un clan con miembros permanentes, estamos salvados: pertenecemos al mejor de los grupos, el que tan fugazmente llamamos Yo mismo.
En un mundo global como en el que vivimos, con internet, radios, televisoras, medios online, bloggers, hamburguesas y cigarrillos prohibidos, es casi un reto intentar ser distinto. Algunos tiñen sus pelos. He visto cabelleras en tonos lila, púrpura, celeste, bermellón, y los más comunes castaños, negro y rubios. No puedo dejar de decir que los pelos teñidos de blondo me son extraños. Un poco desubicados para el quehacer fenotípico de sur de América, pero entiendo que hacen felices a sus portadores. Es como un diamante que todos quieren cargar, pero que solo unos pocos valientes se atreven en un ciudad peligrosa.
Otros se cuelgan aros, hacen tatuajes, se rompen los lóbulos de las orejas u optan por vestir diferente. Desde los góticos hasta los punk; desde un ajustado gay de marcas se pasa a un puntiagudo punk que se aleja de los demás mediante sus púas metálicas compradas en una feria artesanal. ¿Cómo ser diferente dentro de un mundo que crea similitudes? Es decir, todos los góticos, gays, punk, trash, progressive y un cuánto hay en la fauna citadina visten iguales dentro de su clan. Todos con las mismas ropas, pensamientos clónicos y un poco de soberbia que pasa por el mismo estatuto conductual. Al ver pasar hoy frente a mi a tipo vestido con una túnica y su cabeza rapada, no pude dejar de preguntarme...¿Soy un anormal por no ser clónico?
Aunque si me miro en relación a los demás, si lo soy. Soy de aquellos que viste casi igual a todo el resto del mundo. Soy de los que no me preocupo por pertenecer o no a cierto colectivo urbano. Me mantengo abstraído de cada ghetto, de cada suspiro de alienación. Hasta ahora, porque si comienzo a escribir este tipo de columnas vomitivas con aires a Carrie Bradshaw es porque ya caí un poco en el telar de los clones.
Durante la tarde, di un paseo por el parque. Ese parque que rodeado por edificios de estilo francés del siglo XIX y por un río que tranquilo lo rodea, trata de semejar un Central Park en el medio de Santiago de Chile. Es una copia barata de las ruinas de un parque mundial, pero es un parque en que al menos puedes divagar sobre lo extraño y lo bonito, sobre lo humano y lo divino, y sobre la prosa y el orígen de los moais de la Isla de Pascua, es decir, de todo. A ratos, confunde el olor de marihuana de los chicos emos que están cerca de una pileta creyendo que son malvados, pero sólo lo son con su organismo. Mientras estaba en una banca del parque, con una botella de agua en la mano y mirando pasar a una dama junto a su pequeño Schnauzer, volví a caer en mis preguntas. No era sólo una, sino miles que zigzagueaban entre mis retorcidas y, siempre en colisión, pocas neuronas.
Al pasar un chico gordo, vestido con ropas ajustadas, un bolso de lana, pelos parados con gel y un iracundo piercing en su oreja, sumado a una cara con mucho acné y somnolencia, mi pregunta pasó a ser una afirmación: desgraciado. No desgraciado de maldito, sino en el buen sentido: cero gracia y cero aporte a los cánones que en Occidente llamaríamos belleza. La afirmación retornó a pregunta y fue un poco más lapidaria: ¿Pueden las cosas deformes convivir entre los que sólo buscan la medida exacta y precisa? ¿Se puede existir siquiera en un medio que no tiene zapatos para tu talla? Por primera vez en mucho tiempo, no tuve una respuesta. Quizás es para mejor, porque afirmar aquel terrible panorama es casi un punto de encono consigo mismo. Un primer paso para reconocer que no pertenecemos a nada, y que la nada sí pertenece a nosotros. Es fijar lo pagano antes que lo divino y lo sucio ante lo limpio. Y si vivimos en un tramo de esa categoría, qué puede quedar para nuestros sentimientos.
Seamos altos, rubios, góticos, de pelo bermellón, con pecas o sin manchas. Con un ojo menos o uno de más; sólo hay una respuesta para vivir en paz con nosotros mismos. Somos nosotros. Y si ese nosotros es un clan con miembros permanentes, estamos salvados: pertenecemos al mejor de los grupos, el que tan fugazmente llamamos Yo mismo.
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