En más de alguna ocasión, todos hemos pensado que somos raros. Excéntricos desde el punto más básico hasta el más amplio de los rincones de nuestro cuerpo. Si existe algun remedio que bloquee estos pensamientos, sería la panacea, tanto para sanar a los más graves o para controlar la paranoia de los que caemos en rareza.
En un mundo global como en el que vivimos, con internet, radios, televisoras, medios online, bloggers, hamburguesas y cigarrillos prohibidos, es casi un reto intentar ser distinto. Algunos tiñen sus pelos. He visto cabelleras en tonos lila, púrpura, celeste, bermellón, y los más comunes castaños, negro y rubios. No puedo dejar de decir que los pelos teñidos de blondo me son extraños. Un poco desubicados para el quehacer fenotípico de sur de América, pero entiendo que hacen felices a sus portadores. Es como un diamante que todos quieren cargar, pero que solo unos pocos valientes se atreven en un ciudad peligrosa.
Otros se cuelgan aros, hacen tatuajes, se rompen los lóbulos de las orejas u optan por vestir diferente. Desde los góticos hasta los punk; desde un ajustado gay de marcas se pasa a un puntiagudo punk que se aleja de los demás mediante sus púas metálicas compradas en una feria artesanal. ¿Cómo ser diferente dentro de un mundo que crea similitudes? Es decir, todos los góticos, gays, punk, trash, progressive y un cuánto hay en la fauna citadina visten iguales dentro de su clan. Todos con las mismas ropas, pensamientos clónicos y un poco de soberbia que pasa por el mismo estatuto conductual. Al ver pasar hoy frente a mi a tipo vestido con una túnica y su cabeza rapada, no pude dejar de preguntarme...¿Soy un anormal por no ser clónico?
Aunque si me miro en relación a los demás, si lo soy. Soy de aquellos que viste casi igual a todo el resto del mundo. Soy de los que no me preocupo por pertenecer o no a cierto colectivo urbano. Me mantengo abstraído de cada ghetto, de cada suspiro de alienación. Hasta ahora, porque si comienzo a escribir este tipo de columnas vomitivas con aires a Carrie Bradshaw es porque ya caí un poco en el telar de los clones.
Durante la tarde, di un paseo por el parque. Ese parque que rodeado por edificios de estilo francés del siglo XIX y por un río que tranquilo lo rodea, trata de semejar un Central Park en el medio de Santiago de Chile. Es una copia barata de las ruinas de un parque mundial, pero es un parque en que al menos puedes divagar sobre lo extraño y lo bonito, sobre lo humano y lo divino, y sobre la prosa y el orígen de los moais de la Isla de Pascua, es decir, de todo. A ratos, confunde el olor de marihuana de los chicos emos que están cerca de una pileta creyendo que son malvados, pero sólo lo son con su organismo. Mientras estaba en una banca del parque, con una botella de agua en la mano y mirando pasar a una dama junto a su pequeño Schnauzer, volví a caer en mis preguntas. No era sólo una, sino miles que zigzagueaban entre mis retorcidas y, siempre en colisión, pocas neuronas.
Al pasar un chico gordo, vestido con ropas ajustadas, un bolso de lana, pelos parados con gel y un iracundo piercing en su oreja, sumado a una cara con mucho acné y somnolencia, mi pregunta pasó a ser una afirmación: desgraciado. No desgraciado de maldito, sino en el buen sentido: cero gracia y cero aporte a los cánones que en Occidente llamaríamos belleza. La afirmación retornó a pregunta y fue un poco más lapidaria: ¿Pueden las cosas deformes convivir entre los que sólo buscan la medida exacta y precisa? ¿Se puede existir siquiera en un medio que no tiene zapatos para tu talla? Por primera vez en mucho tiempo, no tuve una respuesta. Quizás es para mejor, porque afirmar aquel terrible panorama es casi un punto de encono consigo mismo. Un primer paso para reconocer que no pertenecemos a nada, y que la nada sí pertenece a nosotros. Es fijar lo pagano antes que lo divino y lo sucio ante lo limpio. Y si vivimos en un tramo de esa categoría, qué puede quedar para nuestros sentimientos.
Seamos altos, rubios, góticos, de pelo bermellón, con pecas o sin manchas. Con un ojo menos o uno de más; sólo hay una respuesta para vivir en paz con nosotros mismos. Somos nosotros. Y si ese nosotros es un clan con miembros permanentes, estamos salvados: pertenecemos al mejor de los grupos, el que tan fugazmente llamamos Yo mismo.
Sunday, April 30, 2006
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